A Martín le tocó este Halloween la tediosa labor de acompañar a los niños del
vecindario en su búsqueda de caramelos tocando puerta por puerta. Todos los
años uno de los padres era el encargado de vigilar a los pequeños mientras
corrían alegres acumulando dulces y chocolatinas. No es que a Martín no le
gustaran los niños, los adoraba, pero tener que controlar a tanto pequeñajo era
un trabajo agotador. A su hijo de ocho años le podía pegar un par de gritos
para calmarlo pero cuando su misión era vigilar los hijos de los demás su
función era mucho más difícil.
Aún así tenía que reconocer que lo estaba disfrutando mas de
los que esperaba, los niños se estaban portando muy bien y estaba viendo a su
hijo disfrutar. Además los vecinos del barrio residencial donde vivía eran
realmente amables con los niños e incluso con él, ya que varios le
ofrecieron golosinas y le daban ánimos
con el arduo trabajo que controlar a más de una decena de fierecillas. Aunque
como en todo vecindario siempre hay un viejo cascarrabias al que todos los
niños le tienen miedo.
Don Clemente era el prototipo de viejo viudo y amargado que
aparece en las películas… El típico anciano que no devuelve el balón a los
niños cuando cae en su jardín y vivía en un viejo caserón de esos que provocan
un escalofrío al pasar. Martín sabía que nunca abría la puerta a los pequeños
en Halloween y mucho menos les daba caramelos, pero era su obligación acompañar
a los niños a golpear la puerta. Por lo menos sería una buena excusa para
asustar un poco a los niños y poder controlarlos un poco mejor.
Su sorpresa fue mayúscula cuando a los pocos segundos de
golpear la puerta de Don Clemente éste apareció totalmente cubierto por una
sábana blanca, un disfraz improvisado de fantasma que pareció encantar a los
niños. Al fin el ogro (como le llamaban algunos) se había ablandado y repartía
caramelos, chocolatinas y manzanas caramelizadas entre los pequeños. Nunca
articuló ni una palabra pero sin duda era todo un avance en su actitud. Martín
agradeció el gesto y se despidió de Don Clemente con un apretón de manos. Le
llamó la atención que usara guantes dentro de casa, pero la verdad es que el
viejo era tan excéntrico que no le dio mayor importancia. Al menos no hasta
pasados diez minutos…
El hijo de Martín súbitamente comenzó a vomitar, parecía que
se estuviera ahogando y aunque seguía respirando lo hacía de forma muy débil y
superficial. Segundos después comenzó a convulsionar en el suelo y sus labios
tomaron un color azulado. El tiempo que tardó en llegar la ambulancia se le
hizo eterno. Al llegar los sanitarios el niño estaba en coma, le entubaron para
ayudarle a respirar y salieron a toda velocidad hacia el hospital mientras la
sirena de la ambulancia sacudía con su estruendo el pacífico y tranquilo
barrio.
A pesar de todo el esfuerzo del equipo médico el hijo de
Martín falleció en menos de media hora. El médico de guardia nunca había visto
un caso como el de esa noche, pero si había leído mientras cursaba medicina un
caso similar. Un envenenamiento por cianuro.
Rápidamente revisó en la mochila que aún llevaba el cadáver
del niño y encontró la bolsa de caramelos que había recolectado ese Halloween
. Un inconfundible olor a almendras
amargas (olor que normalmente tiene el cianuro) se desprendía de una de las chocolatinas.
Al abrirla encontró en un interior un polvo blanco que claramente alguien había
introducido dentro del chocolate. Siguió abriendo chocolatinas y encontró en
algunas mas el polvo y algo aún más inquietante… Al partir una de las manzanas
caramelizadas encontró en su interior cuchillas de afeitar y agujas. Sin duda
alguien había decidido envenenar a todos los niños del barrio o al menos
provocarles daños graves con agujas y cuchillas escondidas dentro de la comida.
El médico salió corriendo al pasillo y sujetando fuertemente
por los hombros a Martín le empezó a preguntar si había más niños con su hijo
- Debemos avisar al resto de padres que no dejen comer nada
a los niños, no podemos permitir que ningún niño más muera. – El médico en su
afán por salvar vidas no había recordado avisar al padre de la muerte de su
hijo.
La cara de preocupación de Martín cambió inmediatamente a
una de total desolación
- ¿Ningún niño más? ¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Dónde
está?
Martín apartó al doctor y entró a empujones en la sala donde
habían atendido a su hijo. Destrozado por el dolor de la pérdida se sentó en el
suelo mientras abrazaba el cuerpecito sin vida de su hijo.
Las lágrimas pronto se convirtieron en un rostro de rabia
mientras el doctor le explicaba que habían encontrado restos de cianuro en las
golosinas que alguien le había regalado a los niños e incluso dentro de una
manzana habían agujas y cuchillas de afeitar. Martín recordó cual fue la única
casa donde habían regalado manzanas caramelizadas y entonces empezó a atar
todos los cabos: la amabilidad sin precedentes de Don Clemente, porqué llevaba
guantes dentro de casa y que su hijo minutos después de la visita comenzara a
sentirse mal.
Sin mediar palabra salió corriendo del hospital al que justo
en ese momento llegaba otro niño con los mismos síntomas de su hijo. Martín
reconociendo a su vecina le dijo que avisara por teléfono al resto de madres
que no dejaran comer nada a los niños. No dijo nada mas ya que subió a un taxi
y salió rumbo a la casa de Don Clemente.
Martín no era un hombre muy corpulento pero cualquier
persona que se hubiera cruzado con él hubiese dado un paso atrás al ver su
rostro desencajado por la furia. De un patadón reventó la puerta de entrada de
Don Clemente y entró en su casa con la intención de matarle con sus propias
manos. Pero al llegar a la habitación del viejo se dio cuenta de que alguien se
le había adelantado. Don Clemente estaba tirado en el suelo con la cabeza
destrozada y restos de sangre seca manchaban la alfombra sobre la que estaba
tendido su cadáver.
Pocos minutos después llegó la policía y encontró a Martín
sollozando y sentado en la cocina de Don Clemente mientras sostenía una carta
en la que el verdadero asesino había escrito:
FELIZ HALLOWEEN
Un forense determinó que el viejo llevaba muerto varias
horas y no pudo ser quien entregó los dulces envenenados, alguien amparado por
un disfraz improvisado de fantasma había suplantado al anciano y envenenado a
los pequeños. Esa noche fallecieron cuatro niños y varios más sufrieron cortes
y pinchazos en sus bocas al comer chocolatinas y manzanas.